Que una
sustancia sea rotulada como inerte no necesariamente significa que sea inactiva
o inútil postulan algunos creyentes. Aseguran que en cuestiones de salud una
píldora que contiene placebo igual posibilita un encuentro terapéutico entre un
médico y su paciente. Predican que la ausencia de un fármaco no es impedimento
para que tenga lugar un complejo fenómeno biopsicosocial, que si bien no
alcanza para curar, a veces basta para aliviar. Al igual que Hipócrates, padre de
la Medicina,
consideran a dicha tarea como algo no menor.
Esgrimen
artículos publicados en revistas científicas y por eso confían en la liturgia
médica. Ritos y símbolos de consultorio, que movilizan moléculas encargadas de
trasmitir información entre neuronas. Destinadas a activar luego importantes
áreas del cerebro de sus enfermos por ejemplo. Dopamina o endorfina por nombrar
algunas, verdaderos neurotransmisores liberados por la empatía del médico
tratante.
Saben bien los expertos que hay cosas que no se pueden
curar con agua o azúcar. Un cáncer lamentablemente no retrocede con placebo, ni
la obstrucción de un bronquio revierte en una espirometría. Ningún estudio por
el momento ha demostrado la eficacia de un placebo a la hora de modificar los
mecanismos que desembocan en una enfermedad. Tampoco son capaces de alterar la
evolución natural de la misma. Entonces, ¿Cuál es el rol actual que le cabe al
placebo? Ni más ni menos que el alivio de síntomas.
Con placebo una
persona que padece Cáncer de Pulmón puede experimentar mejoría en síntomas
incapacitantes -tales como fatiga o dolor- luego de haber fracasado a opciones
que involucraban medicamentos empleados habitualmente en la práctica rutinaria.
Según la evidencia científica disponible, algo similar ocurre en ciertos trastornos
neuromusculares, gastrointestinales o urogenitales.
La puesta en
juego de un placebo es mucho más que un acto de simulación que involucra
píldoras o jarabes. Un reciente estudio comparó la eficacia de rizatriptan, un
fármaco efectivo para el tratamiento de
la migraña, contra placebo. Casi como picardía los investigadores no tuvieron
mejor idea que rotular al placebo como rizatriptan y a la sustancia inerte como
el probado antimigrañoso. Los pacientes fueron divididos luego sin saberlo en
dos grupos según el tratamiento administrado.
Aquellos que
recibieron el placebo, engañosamente llamado rizatriptan, reportaron iguales
reducciones del dolor que los que habían tomado verdaderamente el citado
fármaco. En un segundo paso los investigadores intercambiaron los rótulos y
dejaron todo de la manera correcta: Rizatriptan incrementó en un 50% su
eficacia. Algo similar ocurrió en otros estudios con el analgésico morfina y el
ansiolítico diazepam.
El que confía
en un placebo sabe que su efecto no puede ni debe ser explicado, o confundido,
con una remisión espontánea de síntomas, o con las fluctuaciones sintomáticas
frecuentemente presentes en una determinada patología. Un placebo no es
inactivo, a veces tampoco inocuo.
Abundan en la
literatura médica pacientes que han reportado eventos adversos luego de la
administración de un placebo. Lo citado es fácilmente palpable en el terreno de
la investigación clínica. Allí según algunas estadísticas entre el 4 al 26% de
los pacientes que sin saberlo reciben placebo optan por discontinuar un ensayo.
Abrumados por eventos adversos que en realidad estarían vinculados al fármaco
que se quiere estudiar. Los investigadores han llamado a dicha contingencia
Efecto Nocebo y no dudan en coincidir que es un tópico que merece mayor
investigación.
Los convencidos
del Efecto Placebo valoran ese viejo aforismo que afirma que “los
médicos son capaces de curar algunas veces, aliviar frecuentemente y
confortar siempre”. Ted Kaptchuk,
profesor de Medicina de la norteamericana Universidad de Harvard, parece ser
uno de ellos. En la revista New England
Journal of Medicine (NEJM) -uno de los púlpitos más prestigiosos e
influyentes en cuestiones vinculadas a las salud humana- acaba de brindar su
perspectiva. Palabras que en definitiva motorizaron este artículo hasta
convertirlo casi en una traducción literal.
Kaptchuk desde
allí aboga por nuevos estudios diseñados específicamente para evaluar la
eficacia y seguridad del placebo en
diversas condiciones médicas. Busca obtener datos científicos valiosos, pero
ya no en el contexto de una
investigación destinada a probar un nuevo antibiótico o un antihipertensivo. “Necesitamos saber de manera precisa cuándo,
cómo, en qué dosis y con qué frecuencia
estas intervenciones pueden tener un efecto terapéutico benéfico”,
sugirió en NEJM.
Para Hipócrates
el alivio del dolor era tarea de los Dioses. Kaptchuck cree que todo médico
aunque no pueda curar carga con la obligación de paliar el sufrimiento
innecesario que en sus pacientes genera la enfermedad. Y si tiene que ser con
placebo, una sustancia habitualmente subestimada y descalificada, por el bien
de los enfermos no duda en peregrinar para que así sea.