martes, 8 de marzo de 2011
Genes para el Tibet: o cómo vivir en el techo del mundo
A más de 4000 metros de altura todo es más que complicado. Caminar por la meseta del Tibet, al suroeste de China, puede resultar una titánica tarea. Pasar una temporada, ni que hablar. En la mayoría de los casos no tardarán en aparecer cefaleas, mareos, falta de aire, además de fatiga física y mental. Le dicen Mal Crónico de Montaña, un suplicio que por suerte no es para todos: los tibetanos gracias a la selección de ciertos genes lograron amigarse con la altura y mitigar la caída en la concentración del oxígeno atmosférico.
Llegaron en el Neolítico, hace aproximadamente 10.000 años. Binbin Wang, científico del Instituto Nacional Chino para la Investigación en Planificación Familiar, afirmó en un artículo, recientemente publicado en la revista PLoS one, que lo hicieron a través de los valles que rodean a las montañas de Hengduan. Traían con ellos cromosomas aptos para la supervivencia.
Alrededor de 1100 generaciones transcurrieron ya sus días en la azotea del planeta. La continua acumulación de variaciones genéticas favorables les permitió adaptarse a las condiciones extremas reinantes. Para Wang, EPAS1, EGLN1, pero también ANGPT1, ECE1 y LEPR serían los genes involucrados.
Vasos sanguíneos con paredes más delgadas, alto flujo de sangre por el circuito pulmonar y otros tejidos, como por ejemplo la placenta. Además de un mayor desarrollo de órganos reproductores femeninos y mejores tasas de sobrevida de los recién nacidos, son los principales recursos que antepusieron con eficiencia frente a la temible escasez de oxígeno. Mal no les fue, practican la agricultura, crían algo de ganado, entre otras muchas actividades. También dan gracias a la genética, por permitirles ver el sol brillar desde el techo del mundo.
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