Bitacora Suite.101: Artículos de otro espacio y tiempo para un mundo curvo y circular.
“A pesar de que seas rey, dejarás de serlo si estás loco y por más que estés loco no por eso serás un rey”, era la sentencia que molestaba constantemente a los oídos de Jorge III, soberano del Reino Unido durante el periodo comprendido entre 1760 y 1801. Asistía a una función que nunca hubiera querido presenciar, la de su propia caída. Su poder secular se encontraba ahora de rodillas frente a otro un tanto más discreto: el poder disciplinario. En su libro titulado “El Poder Psiquiátrico” el filósofo francés Michel Foucault afirmó que allí “podía verse a la soberanía, a la vez enloquecida e invertida contra la disciplina macilenta".
El monarca había sido colocado entre paréntesis y aislado del exterior. Se lo privó de una asimétrica relación con sus súbditos. No se preocupaba demasiado en individualizalos, sino que por el contrario procuraba siempre abarcarlos en multiplicidades. Jorge III no pudo ya mirar recurrentemente hacia atrás con dirección a su hito fundacional. Se truncó la búsqueda de reactualizaciones periódicas que permitieran por medio de gestos y rituales la perpetuidad.
De ahora en más
indefectiblemente el rey debía mirar para adelante. Directo a un poder difuso y
sin rostro. Concretamente a un poder
psiquiátrico que tendía a individualizar hacia su base: la visibilidad de este
nuevo poder descansaba en la docilidad y sumisión de los que lo experimentaban.
“Dos de sus antiguos pajes, de una estatura hercúlea, quedan a cargo de atender sus necesidades y prestarle todos los servicios que su estado exige, pero también de convencerlo de que se encuentra bajo su entera dependencia y que de allí en más debe obedecerlos”, relató el médico francés Philippe Pinel en un pasaje de una escena luego rescatada por Foucault. Según el filósofo, en contraposición con el poder soberano, la disciplina no busca la sustracción de productos, sino que va por la captura total del tiempo, los gestos y el comportamiento del individuo.
Se ejerce en forma continua y temprana, tanto es así que los mismos pajes encaminaban a Jorge III cuando era preso del mínimo atisbo de delirio. Los servidores no se caracterizaban por actuar en consonancia con la voluntad del rey, sino que por el contrario se encargaban de reprimirla cuando se expresaba por encima de sus necesidades, por encima de su estado.
Las cadenas del hospicio de Bicêtre
y el panóptico
Foucault escogió dicha escena, debido a que la consideró ilustrativa de algo
a lo que no dudó en denominar práctica protopsiquiátrica. Más precisamente
consiste en un periodo, comprendido entre los últimos años del siglo XVIII y
los primeros treinta del siglo siguiente, en el cual emergen y comienzan a organizarse
algunos hospitales psiquiátricos en diversos países europeos.La representación también marca un golpe de timón en lo que respecta al manejo de la locura. Con anterioridad, era frecuente que los médicos colocaran a sus pacientes en un mundo en parte ficticio y en parte real. Los invitaban luego a transitar por el laberinto de su delirio, con la única finalidad de tenderle alguna trampa para lograr así la ansiada salud psíquica. La supresión de la causa del delirio, en el propio delirio, fue totalmente barrida por el nuevo poder disciplinario.
El filósofo elige la historia de Jorge III, incluso por encima de otra considerada como fundadora de la psiquiatría. Es aquella que relató, como algunos temidos enfermos mentales brindaron su agradecimiento a Pinel y pusieron en marcha su recuperación, inmediatamente luego de ser liberados de las pesadas cadenas que los amarraban a las celdas del hospicio francés de Bicêtre.
Pero Foucault fue más allá y logró trazar un paralelo entre ambas, a pesar de que a simple vista parecerían ser demasiado opuestas. Para él no se asistió a una verdadera representación del humanismo en Bicêtre. Solo existió una traslación desde un poder soberano representado por las cadenas, hacia otro también de sujeción representado por la obediencia y la disciplina.
El nuevo poder actuará en forma continua, con las personas
liberadas perfectamente visibles y en situación permanente de ser observadas. En
definitiva las introducirá en un panóptico -un verdadero dispositivo
disciplinario- hasta llegado el momento en que todo funcione por sí solo, la
vigilancia tenga únicamente un carácter virtual y la disciplina adquiera por
fin la categoría de hábito.
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